Este libro no es un libro de infancia, es el libro de un hombre que aún conserva la mirada de niño. Un hombre que ha hecho de la contemplación un vehículo para volver a eso que importa, lo primigenio, lo sagrado, el amor. Leer a Montiel es como adentrarse en uno de esos paisajes que abruman la mirada por su belleza, que enmudecen y alumbran el entendimiento. Sus páginas nos reconcilian con la vida.