A los pocos días de morir mi hija Marta, sus allegados más cercanos nos movilizamos para salvar los fragmentos dispersos de su memoria escrita que recogeríamos, más tarde, en un libro de carácter íntimo y familiar. Buscábamos consuelo en nuestra mutua compañía y un pretexto para pasar las horas disfrutando de sus recuerdos, cuando, de pronto, nos encontramos con los hilos de nuestras vidas entretejidos en el formidable tapiz de su existencia terrenal y comprendimos que la correspondencia que conservábamos de
Marta, ordenada cronológicamente, desde los inicios de su escritura hasta la hora misma del eclipse, daba lugar a un relato panorámico, coherente y conmovedor que nos descubría, de una forma sencilla, sincera y hermosa, lo que hacía, sentía, soñaba, amaba, sufría y pensaba una chica de la generación de los mileuristas. Es éste un canto a la amistad, la familia, la naturaleza y la vida. Una vida cuyo sentido resume ella misma cuando sabe que se encuentra en el último recodo del camino.