Con la claridad de quien ha pensado largamente en el asunto y con un conocimiento preciso -perceptible en cada frase- de las dificultades reales que entraña la enseñanza de la literatura, Pennac formula propuestas de rara sensatez. No hay aquí sermones ni moralina literatosa, sino una feroz y amable autocrítica, poco habitual entre los supuestos promotores de la lectura.