Esta novela le otorga un lugar a los muertos, a los ausentes, a los olvidados, a los papeles secundarios, a los sirvientes o amantes pasajeros, a todos aquellos que han dejado, sin saberlo, una huella en la vida de los demás. Los sentimientos de los personajes se leen en sus cuerpos, en las sensaciones que los atraviesan, en los gestos y objetos cotidianos. La escritura está trabajada majestuosamente: como se hace con la tierra. El patio está vacío. La casa está cerrada. Claire sabe dónde está la llave, bajo la losa, detrás del arce, pero no va a entrar en la casa. No entrará nunca más. Habría venido incluso con lluvia, aunque la tarde se viera azotada por el viento frío y mojado, como ocurre a menudo cuando se acerca Todos los Santos, pero ha tenido suerte; piensa exactamente esto, que ha tenido suerte con la luz de octubre, el patio de la casa, el arce, el columpio y el bramido del Santoire que asciende hasta ella en el aire cálido y azul.