Al cumplir ochenta años, David Hockney buscó por primera vez la tranquilidad de la naturaleza: un lugar donde admirar la puesta de sol y el paso de las estaciones, un lugar donde mantenerse al margen de la locura del mundo. Así, el azote de la covid-19 y el confinamiento apenas cambiaron bien la vida en La Grande Cour, una centenaria casa de campo en Normandía donde Hockney había montado un estudio un año antes.