La obra, con esa escritura seca y desgarrada de la que emerge la intensidad poética característica de Sam Shepard, es una suerte de compendio de sus temas y obsesiones, una intimista invocación de fantasmas en la que se filtran pinceladas autobiográficas, un testamento literario por todo lo alto, que viene además precedido por un bellísimo prólogo de Patti Smith.